A unos más y a otros menos, pero casi a todos nos gusta que al momento de ir montados nos digan lo bonito que es nuestro caballo, ya sea por su estampa, su porte, elegancia, capa, actitud, etc, y si es por todo junto, mejor aún. Pero a la hora de la verdad y en nuestro fuero más íntimo, bien sabemos que eso no es todo.
Es de gran importancia lo que nosotros sentimos mientras montamos un caballo, y esto, sin lugar a duda, tiene una relación directa con la "personalidad" a la que hacía referencia en el artículo anterior "No hay dos caballos iguales". Recapitulando, les recuerdo que hacía una clasificación simple de los elementos y circunstancias que conformaban la "personalidad" de cada caballo y estos eran: carga genética, impronta materna, conformación física, experiencia de vida y medio geográfico con todos sus matices y combinaciones y esto, hace imposible encontrar a dos caballos iguales.
Ahora les invito a que hagamos un análisis semejante, pero esta vez con los seres humanos y cada uno de vosotros podrá elegir el método que quiera para hacer una clasificación de personas según el criterio que le parezca más apropiado para agruparlos, y seguramente no será una tarea fácil y también llegarán a un resultado igual al que llegué con el de los caballos, es decir, que no hay dos seres humanos iguales.
Siguiendo con el ejemplo de las personas y reconociendo que en las relaciones que mantenemos con la gente, encontramos diferencias, es decir, que con unos estamos más a gusto que con otros, como así también, tenemos muy buenos amigos con quienes jamás haríamos un negocio, pues a la hora de la diversión son estupendos, pero a la hora de las responsabilidades en los compromisos son fatales. De este modo, como ustedes podrán apreciar podría escribir infinita cantidad de ejemplos; tantos como relaciones existen entre las personas y analicemos cómo nos sentimos con cada una de las personas con que tratamos cotidianamente
Volviendo al tema que nos ocupa, pero sin dejar de lado lo ya dicho, imaginemos que ahora tenemos que comprar un caballo, y el que hemos visto nos encanta por su aspecto exterior, pero tiene en su manera de ser, a la hora de montarlo, algunas cosillas que hacen que no nos entendamos muy bien, si lo compramos pensando que con el tiempo lo vamos a cambiar es tan falso como elegir una mujer para casarnos pensando que después del casamiento la "mejoraremos", cambiándola a nuestro gusto o conveniencia.
Como seres vivientes que somos, en todo momento estamos evolucionando y cambiando, lo mismo podremos lograr con los caballos pero en ciertos aspectos, hay otros que jamás podrán cambiarse, hay que aceptarlos como son y mejorar lo mejorable o atenuar lo atenuable. Bien es cierto que el tiempo hace lo suyo como moderador y moldeador de la personalidad a través de la experiencia y podremos hacer que un caballo deje de ser asustadizo o inquieto, pero nunca podremos hacer que un caballo deje de ser curioso, inteligente o terco por ejemplo.
Si no hay dos personas iguales y con unos nos sentimos mejor que con otros, ni tampoco hay dos caballos iguales no nos podemos sentir con todos de igual modo, pues habrá tranquilos, inquietos, desconfiados, asustadizos, confiables, aplomados, inseguros, cobardes, valientes y un sin fin de calificativos más.
Teniendo en cuenta todas las combinaciones diferentes que hay entre caballos y las que hay entre personas no podemos pretender llevarnos igual con todos los caballos, del mismo modo se marcan las diferencias en las relaciones entre personas como entre jinetes y caballos.
A la hora de elegir un caballo, siempre hay que montarlo y si es posible, varias veces con un tiempo de espera entre monta y monta. Y a la hora de elegir un potro, analizar muy bien su conformación, su aspecto, su actitud. Tratar de conocer a su madre, quien nos dará mucha información valiosa, pues, por impronta materna, de una madre valiente difícilmente obtendremos un potro cobarde y así con muchos aspectos de la personalidad.
Es fundamental tener claro no solo para quién es el potro o caballo, sino también, cuál es el uso que le vamos a dar, pues imaginen queno serán las mismas exigencias ni necesidades para dar un paseo por el campo que para concursar en un completo, y esto es solo un ejemplo burdo y extremista, pero son análisis que hay que contemplar en cada caso en particular a la hora de una elección.
También habrá que tener en cuenta el carácter dominante o dominado del animal según este uso que le vamos a dar, pues hay caballos que necesitaremos que resuelvan situaciones por sí mismos, como sucede en muchos concursos en que el jinete se lleva los laureles y los aplausos por situaciones que ha resuelto su caballo y que el nunca tuvo la intención de resolverlas de ese modo tan impecable, y también habrá otros jinetes que pretenderán caballos que no den ningún tipo de sorpresas.
Resumiendo, podemos decir que, cuanto mejor elijamos al potro o caballo, tendremos más posibilidades de disfrutar de nuestra actividad ecuestre, sin achacarle los problemas al caballo gastando tiempo y dinero tratando de "mejorar" lo que no se puede y sin darnos cuenta de que en realidad el supuesto problema está en nuestra relación.
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