Todo comenzó en la gélida isla del crepúsculo, cuando aún las estrellas no tenían nombre y la magia flotaba en el ambiente. Aroon era un viejo cazador de las estepas del Este, y su última caza ritual no había terminado bien. Era la última noche del invierno (aunque allí siempre era invierno) y el ciervo blanco que debía estar asándose ahora había escapado saltando un acantilado que el cazador no pudo alcanzar, y cayó por el barranco, lastimándose todos los huesos, Su hijo Fionn, que lo seguía en la caza, fue el que lo rescató, a pesar de sus 10 años.
Era la luna menguante y Aroon se sentía morir, por lo que llamó a su hijo y le dijo: _ Te lego mi tesoro más preciado, pero tú deberás descubrir la riqueza que contiene._ y con un suspiro lento y calmo su alma escapó del mundo terrenal, dejando en las manos del niño un cuerno plateado, suave y refulgente como la luna llena sobre el mar del sur.
Fionn lloró la muerte de su padre durante muchos días encerrado en la cabaña. Nunca había conocido a su madre, y su padre siempre evitaba hablar de ella. Por lo que Fionn había escuchado de boca de otros, se rumoreaba que su padre había sido amante de la diosa Blai, cazadora y jinete como su padre, y cuando todos comenzaron a ver al niño solo y con el cuerno siempre atado a su cintura, nadie se atrevió a molestarlo ni a preguntarle por lo sucedido, así que el joven Fionn levantó solo el túmulo de su padre, y sobrevivió de la caza y la pesca, artes que había aprendido junto a su padre.
Gris, el caballo de su padre, pronto aceptó la compañía del chico, y el niño aún no comprendía como su padre podría apreciar más aquél cuerno inútil que al robusto y veloz
El tiempo pasó veloz y Fionn creció fuerte como un potrillo salvaje, y era callado e introvertido como lo había sido su progenitor. No se veía demasiado con otras personas, salvo para trocar piezas de caza por bizcochos o cereales, que solían ser escasos en la aridez de la isla. Pronto cumpliría 16 veranos, y se acercaba el día de su primer caza ritual; era tiempo de que los ciervos blancos, intocables durante todo el año bajo la protección de Blai (la única que los podía cazar siempre que ella lo quisiera), fueran sacrificados para traer el sol y la prosperidad de la primavera en las gélidas tierras del crepúsculo.
> Con una luna llena fulgurante, cuando por fin la última noche del invierno llegó, Fionn preparó su arco y su daga, y adentrándose en el bosque a lomos de Gris fue a cumplir su destino junto al inseparable cuerno de plata. Durante los años que estuvo esperando esa ansiada noche, se había aventurado a tocar el cuerno unas pocas veces, generalmente cerca de la fecha de fallecimiento de su padre, en su cabaña o junto a la costa del mar, donde sentía un escalofrío cada vez que soplaba el cuerno, y sus palpitantes notas parecían hacer vibrar al compás a la marea nocturna.
El bosque estaba silencioso, la tensión casi se podía tocar entre las ramas y las hojas, como esperando a que algo sucediera. Fionn dejó pastando en el límite del bosque a su caballo, y se internó sigilosamente entre los árboles hasta llegar a un pequeño claro donde se reflejaba la luz de la luna... y allí estaba, tan reluciente y magnífico como siempre lo había imaginado, con sus astas doradas y sus ojos rojos llenos de una llama pura y candente. Allí lo estaba esperando el ciervo, mirándolo desafiante, como esperando a que la caza comenzara. Fionn tensó su arco y lanzó su flecha con punta de plata directo al cuello del ciervo, pero éste salió disparado antes de que diera en el blanco, y la flecha se fue a clavar en un flanco del animal. No se escuchó ningún gemido a pesar del rastro de sangre que demostraba que el disparo del joven cazador había sido certero, y sus pisadas apenas se escuchaban en el laberinto de arbustos y árboles en el que ahora se sumergía. Fionn, con algo de rabia, pero satisfecho por el desafío que representaba la cacería, salió corriendo en busca de su presa, sin olvidar que también fue la última presa de su padre.
Siguiéndolo de cerca, cazador y presa no se sacaban ventaja entre las sendas intrincadas del bosque, y los rastros de sangre dejados por el ciervo cada vez eran más frecuentes, por lo que Fionn preparó su daga para darle el último golpe a su tan ansiada presa, y cuando lo tuvo a tiro disparó con la precisión de un cazador avezado justo donde antes había errado, y a pesar de la terrible herida que ahora llevaba en el cuello el noble animal no emitió ningún mugido de agonía o de dolor. Intentó desesperado una lenta huída, pero su suerte ya estaba echada; dando los últimos pasos cayó lentamente en el límite del bosque con la costa del bramante mar, y dando los últimos suspiros dejó su ahora apagada mirada clavada en los ojos de Fionn, que observaba a su presa con una mezcla de pena y alegría que no podía explicar.
Sacando su daga del cuello de la valiosa presa, rezó la oración de la luz de la vida a Blai y Niren, las diosas de la caza y de la vida que renace, y arrastrando el cuerpo del ciervo a la costa del mar tocó el cuerno refulgente en honor a Aroon, su padre y maestro, sellando su destino.
Cuando las últimas notas del instrumento se disolvieron entre el rugido del mar, Fionn observó atónito como una ola gigantesca se dirigía hacia él, y estupefacto por el paisaje que ofrecían las aguas, solo atinó a observar cómo el tropel de espuma se abalanzaba sobre él, pero no era sólo agua lo que traía el mar, ya que entretejido entre el canto del piélago pudo sentir el relincho de caballos, y detrás de la colosal ola vió una inmensa e increíble manada de caballos, todos blancos y relucientes cono la espuma que ahora lo salpicaba. Cuando la ola se estrelló contra la costa, Fionn observó empapado los caballos llamados por su cuerno de plata corcoveando inquietos en la costa, pero nunca tocando la tierra, ya que parecía que la naturaleza de éstos no les permitía corretear por la tierra.
Fionn se quedó largo rato meditando la sucedido, mientras los corceles se ivan tranquilizando en la costa, y supo que su padre tenía razón; no debía de haber un tesoro más grande que aquél. Su corazón anhelaba cabalgar sobre lomos de esos magníficos caballos, con sus crines platinadas y sus ojos oscuros y profundos como el cielo que los cubría, y en ese momento el joven jinete se encontró con la mirada fría y penetrante de un macho imponente, que sugería ser el jefe de la manada mientras el resto de los corceles se acomodaban detrás él. Fionn, siguiendo el instinto que le llenaba la sangre, se fue acercando lentamente al corcel, y luego de acariciar su frio hocico, montó a grupas gritando de alegría, perdiéndose en el horizonte.
El hijo de Aroon, el último cazador del ciervo blanco más viejo y astuto, y portador del cuerno de plata, se fue alejando de su isla, cabalgando por siempre sobre las olas del mar austral y cumpliendo con su hado divino. Fionn, hijo de Aroon ek Lash y Blaik ek Ialm, fue el último semidios conocido en la isla del crepúsculo, y desde el comienzo de su leyenda hasta hoy, que su isla y sus historias son sólo un recuerdo hundido bajo el bravo mar del sur, se lo conoció como el Jinete de las Mareas
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